Se fue. No quería creérmelo. Cuando me enteré hace unas semanas de su delicado estado de salud, me cayó como un jarro de agua fría aunque me sirvió para irme haciendo la idea hasta que llegó el día de su fallecimiento. Qué duro. Yo creía que Miguel sería eterno. Y lo será. Hay personas que nunca pueden morir y si lo hacen no lo harán nunca en la memoria colectiva. Porque Miguel Celdrán era Badajoz. Era su gente. Era su carácter, era su forma de ser. Para ser el mejor Alcalde de la historia de una ciudad tienes que parecerte como un espejo a ella. Como Miguel y Badajoz.
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